“Dame tiempo, Señor, de ver la altura que han de tener mis árboles un día. Dejar quisiera en la aridez baldía, un poco de fragancia y de frescura”.
Estos versos de un soneto escrito por Margarita Abella Caprile expresan en forma metafórica un anhelo inherente a la condición del ser humano, de perdurar más allá de la vida física. Y una forma de perdurar en el tiempo es a través del fruto de las obras de las personas.
Realizaciones musicales, obras literarias, esculturas, películas, artefactos tecnológicos, ciencia, construcciones y muchas otras obras han transcendido el paso del tiempo y son reconocidas en forma icónica tan universal que muchas de ellas han sido declaradas “patrimonio de la humanidad” como un reconocimiento a quien legó una importante herencia a disposición de todas las personas de todos los tiempos.
Incluso otros aspectos del ser de la persona hacen referencia a esa idea del ansia de perdurar en el tiempo, como el deseo de tener un hijo para seguir viviendo a través de él. O como lo expresa un antiguo pensamiento chino: “si haces planes para un año: siembra arroz; si haces planes para 10 años, planta árboles; si haces planes para toda la vida, educa una persona".
Cabe aclarar que no debe confundirse el enseñar con educar. Enseñar es saber algo y dedicarse a trasmitirlo por medio de una estrategia pedagógica; en cambio educar se refiere al educador educado, es decir, a alguien que primero atravesó un proceso de autoeducación y que se constituye modelo de lo que trasmite, a través de un vínculo de afecto con el educando.
Esto último es lo que hace perdurar en el tiempo la enseñanza recibida en valores y ser evocada por el educando en distintas situaciones, hasta el final de la vida, porque ese encuentro marca e influye en las decisiones de su vida.
Un ejemplo cercano de educador lo tenemos en la espiritualidad de Schoenstatt, cuyo fundador, el P. José Kentenich dedicó la mayor parte de su vida a educar a las personas con quienes tomó contacto. Y es por eso que, a más de 50 años de su partida a la eternidad, sigue generando vida a través del legado imperecedero de tantos testigos de su vida en Dios, basada en los valores del evangelio y en Alianza con María.
En realidad, vivir para siempre tiene, esencialmente, una dimensión espiritual, que se expresa en la diversidad de anhelos de perdurar a través del tiempo. Cada persona, como imagen de Dios, guarda en lo más profundo de su ser una semilla de eternidad. Para quien cree en la inmortalidad del alma y tiene una fe religiosa, esta creencia le ayuda a confiar en que más allá de este mundo hay otra Vida más plena y a la cual estamos todos invitados. Como siempre, es cuestión de decisión propia.
En conclusión, la mejor receta de vivir para siempre: No requiere ningún título universitario para ser educador/a a lo largo del camino de la propia vida. Simplemente tener la perseverancia de trabajar en la propia educación y tejer vínculos con los que me rodean, en especial con Dios, fuente de toda Vida.
A tu alcance está practicar esta receta si realmente querés vivir para siempre. ¿Difícil? Es cuestión de poner manos a la obra. Resultado asegurado.
Hermanas de María