Muchas personas que concurren al Sanatorio, y escuchan de pronto el “gong” de las campanadas del reloj de péndulo de planta baja, se acercan a contemplarlo admirados de su maravilla, ya sea por una cuestión de arte o porque a los niños les llama la atención las campanadas.
Desde hace más de 60 años –porque ya estaba en el Sanatorio cuando era la Pequeña Compañía de María– este reloj marca fielmente las horas de nuestro quehacer diario. Es también para nosotros una metáfora de nuestra vida actual. ¿En qué sentido? En que su mecanismo consiste en un permanente oscilar mantenido por un centro en la parte superior.
Ninguna imagen es más adecuada de la vida de cada persona y más aún en los tiempos que transcurren en nuestro país.
Nuestra vida y la historia de la humanidad es un constante ir y venir. Se van sucediendo los años, las etapas; cambian las personas, cambian los escenarios, cambian las circunstancias, en tanto que la vida sigue con su devenir sin detenerse.
El secreto para mantenerse incólume a través de tantas oscilaciones depende esencialmente de dónde se esté sostenido. Para muchos, el punto de apoyo es una carrera exitosa, los logros profesionales, los premios obtenidos, la riqueza económica, todas aspiraciones muy loables pero que a la larga no responden satisfactoriamente a los problemas existenciales de nuestra vida como el sufrimiento, los fracasos, la enfermedad, la muerte.
Solamente quien tenga su firme sostén en Dios, puede atravesar las más variadas oscilaciones de la vida, y permanecer sereno.
Para mantener la hora con precisión, los relojes de péndulo deben estar perfectamente nivelados. Si no lo están, el péndulo oscila más a un lado que al otro, alterando el funcionamiento simétrico del escape. El anclaje en la realidad sobrenatural, en Dios, nos da la paz interior que nos permite estar “perfectamente nivelados”, centrados, sin desviar nuestro camino.
Tratemos de conquistar lo que el Padre Kentenich llamó “seguridad pendular”, es decir, mantener la serenidad, seguir luchando sin claudicaciones, aún en medio de las más desafiantes oscilaciones de la vida, porque nuestro anclaje está “arriba”, en el amor de Dios que nos conduce. ¡Que María, Mater Dei y Madre nuestra, nos regale esta gracia!
Las Hermanas