El trabajo humano es participación en la actividad creadora de Dios. Una expresión muy utilizada por el Padre José Kentenich para ilustrar la importancia y dignidad implícita del trabajo humano.
En todos los tiempos hay personas que buscan formas de evadir el trabajo, de obtener subsidios o beneficios tanto en forma legal como fuera de la ley para evitar el trabajo. No perciben que hay en la naturaleza humana una tendencia innata que se orienta hacia desplegar las capacidades y talentos que cada uno lleva en su ser como una fuente de satisfacción y realización personal. Esa fuente es el trabajo digno.
Lógicamente se refiere a un trabajo que permita el despliegue del potencial de dotes con que cada persona viene a este mundo. Es comprensible que una labor rutinaria o mecánica, que se realice como en la conocida película de Carlitos Chaplin “Tiempos modernos”, no sea fuente de satisfacción, sino más bien un sentirse parte del engranaje de una máquina. Pero también está quien, luego de años en el mismo trabajo, lo realiza en forma rutinaria, casi a desgano, sin poner esfuerzo en lo que realiza. Entonces llega la sensación de frustración, de depresión e insatisfacción.
Por el contrario, un trabajo hecho a conciencia, poniendo alma y vida en lo que se realiza, orientado a buscar nuevas formas de hacer mejor lo de siempre, según la responsabilidad que se le ha confiado a la persona, es más que una mera obligación moral, es una forma de encontrarle un sentido a la vida, un norte, una misión que cumplir al servicio de los demás.
“Debemos hacer que, a través del trabajo, el ser humano exprese y aumente la dignidad de la propia vida”. Estas palabras del Papa Francisco son un estímulo en especial en el momento por el que transita nuestro país. Ningún país es productivo ni puede crecer económica y socialmente, si no es a través del esfuerzo de todos los ciudadanos, en especial de las clases dirigentes. Los líderes están llamados a dar el ejemplo e invertir todas las fuerzas necesarias para hacer de nuestra Argentina, un país pujante. Pero el logro de este objetivo requiere trabajo digno para todos.
La Navidad también es una oportunidad para reflexionar acerca del trabajo digno. Jesús nos mostró el camino. “He venido a servir y no a ser servido”. Jesús no se quedó en el cielo disfrutando de sus atributos de Hijo de Dios, sino se hizo hombre para nuestra salvación. Se abajó a nuestra condición humana, padeció todas las vicisitudes de una persona común (fue perseguido, maltratado, calumniado, pasó hambre y sed, pobreza, sufrió la flagelación y finalmente la condena y muerte cruel) y con su trabajo de carpintero a lo largo de muchos años, dignificó el trabajo humano, ganándose el pan de cada día con el fruto de su esfuerzo.
Cada uno de nosotros tiene en sus manos la llave para hacer de su tarea un trabajo digno y dignificador. Depende solo de la forma cómo lo realicemos, del amor y la creatividad que pongamos. Entonces el trabajo se hará una verdadera fuente de alegría, aunque nos cansemos.
Queda la pregunta abierta: ¿Realizo mi trabajo como rutina despersonalizante o con dignidad co-creadora? Elegí.
Las Hermanas