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Editorial: aplausos a la dignidad


Días pasados, el diario de la BBC publicó la noticia de un diputado del partido conservador británico de 55 años a quien, por padecer un shock séptico, debieron amputarle las cuatro extremidades. Y cuando se recuperó regresó al parlamento, caminando con prótesis y con dos brazos ortopédicos. Fue ovacionado tanto por los integrantes de su partido como por la oposición.


Sin duda, el aplauso se lo lleva más que nada la conducta del legislador que, respetando la dignidad del cargo que le fue conferido por el pueblo, no dudó en reponer su salud de este duro trance y reincorporarse a su tarea. Podría haber tomado otro camino, pero eligió el más digno.

La dignidad pertenece a esas entidades que “El Principito” definió como esencial e invisible a los ojos, sin embargo, reconocible a través de la conducta ética de las personas.


En nuestro medio, otro aplauso a la dignidad de la persona fue el que recibió la conocida como Mama Antula, en su canonización. Una mujer santiagueña, de la nobleza, que no dudó en recorrer el camino de vida más difícil para ser coherente con lo que ella reconoció como su misión de vida. Su ejemplo es modelo adelantado a su tiempo del liderazgo femenino, capaz de mover la voluntad de próceres y del mismo virrey, que no pudieron resistirse al magnetismo de su dignidad personal, oculto detrás de un hábito gastado y humilde.


Porque la dignidad de la persona no depende de atributos externos, sino que forma parte del ser de la misma. La propia conciencia de esta dignidad engrandece a la persona. Al decir del poeta Francisco Luis Bernárdez, “…lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado”. Es fruto de una coherencia con valores y principios reconocidos como base de una conducta que no transa con beneficios personales, sino que es fiel a sí misma y mantiene la palabra a través de las vicisitudes del tiempo y las circunstancias.


Fue esta conciencia de dignidad personal la que le granjeó a José Kentenich, fundador de la Obra Internacional de Schoenstatt, el respeto de otros presos y de los mismos guardias de la SS en el campo de concentración de Dachau donde pasó más de tres años, en medio de circunstancias límite y deshumanizantes. 


Su porte digno y su respeto por cada persona con quien se encontraba lo ayudaron a transitar este período de su vida sin verse afectado por los horrores de los que fue testigo. Y aunque no recibió aplausos públicos a lo largo de su vida, sí obtuvo el reconocimiento de miles de personas a las que ayudó con su servicio sacerdotal sencillo y respetuoso.


En momentos donde es frecuente la vulneración de la dignidad de las personas, seamos artífices del respeto a la dignidad de cada ser humano, comenzando por hacernos dignos de la naturaleza que hemos recibido de Dios. Aunque no recibamos aplausos.

         


Hna. M. Mercedes

 

 

 
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