La dignidad humana, base de los cuidados humanizados
En los últimos años hay una corriente dentro del ámbito de la salud que promueve la llamada “centralidad del paciente”. Con esta expresión se alude a que toda la estructura y organización del sistema de salud debe privilegiar a la persona antes que, a la técnica, la ciencia, el beneficio económico o cualquier otro bien que esté en juego a la hora de brindar cuidados a los enfermos.
La “centralidad del paciente” es una expresión políticamente correcta que llena los idearios de muchas instituciones proveedoras de atención de salud, así como la llamada “atención de excelencia”. Pero si se va a la realidad, estas expresiones a menudo quedan solo en eso, en expresiones correctas e ideales, pero que no se traducen en la vida concreta.
Sucede que para poder hacer palpable la “centralidad del paciente” es necesario tener en cuenta el respeto a la dignidad humana. Esta es la verdadera base de los cuidados humanizados que merecen todas las personas sin distinción.
La dignidad humana da la impresión de ser un concepto demasiado abstracto que poco tiene que decir a la sociedad de nuestro tiempo. Y es porque en su esencia, la dignidad humana tiene su fundamento más profundo en una noción ontológica, es decir se comprende a la luz de la filosofía. Y hoy día las personas, en su gran mayoría, volcadas como están a lo material y pragmático, han perdido la antena para percibir las realidades trascendentes de la existencia.
La dignidad de la persona debe ser interpretada como el reconocimiento de una naturaleza determinada merecedora, en todo caso, de un respeto y una consideración específicos y distintos de los que pudieran recibir cualquier otra realidad existente.
El reconocimiento de esta realidad obliga a tratar a todo ser humano de acuerdo con su propia naturaleza ya que éste conserva su dignidad en toda situación y cualquiera que fuera la naturaleza de su comportamiento. Las enormes desigualdades existentes entre los hombres contrastan con la igualdad sustancial del género humano. Todo hombre, por el hecho de serlo, es titular de unos derechos inalienables inherentes a su dignidad.
¿En qué se manifiesta el respeto a la dignidad de la persona, es decir, el tener en cuenta la “centralidad de la persona”, la atención humanizada?
En un trato cordial, personalizado, atento a las necesidades del otro. Son sus elementos constitutivos: la sonrisa franca, la palabra de aliento, el gesto de acogida, dirigirse a la persona por su nombre, adelantarse a los deseos del otro, tener paciencia con sus debilidades, comprender su situación de vulnerabilidad, trabajar en equipo.
Todo ello crea un espacio donde la persona se percibe reconocida como tal, aun en medio de su limitación a causa de la enfermedad o de su edad. Para quienes lo atienden, no es una patología o un número de habitación, sino una persona que requiere de otras para recuperar su salud o para partir dignamente ante el llamado de Dios.
Que nuestra Mater Dei, en este mes de octubre, al recordar la fundación de la Obra de Schoenstatt, nos haga presente el ideal del hombre nuevo proclamado por el Padre José Kentenich, basado en nuestra dignidad de hijos ante Dios.